Los molinos papeleros de Beceite tienen una rica historia que, aunque tiene un inicio mucho más temprano, se desarrolla especialmente a finales del siglo XVIII y principios del XIX. El párroco de la localidad, Joaquín de Liedana, proporcionó registros sobre esta floreciente industria en sus libros parroquiales. En 1804, se inauguraba la última de un total de nueve fábricas de papel en Beceite.
La producción de papel en Beceite se vio impulsada por la subida arancelaria sobre el trapo utilizado para la fabricación de papel, impuesta por los borbones en el siglo XVIII. Esto estimuló a empresarios y burgueses de Aragón y Cataluña a establecer trece molinos papeleros en Beceite y Valderrobres. La fabricación artesanal garantizaba la producción de papel de alta calidad, que encontró aplicaciones en diversas áreas. Algunos molinos, por ejemplo, trabajaron para Heraclio Fournier en la fabricación de naipes, y se produjo papel moneda para el Estado. Incluso el famoso pintor Goya utilizó papel de Beceite para sus grabados.
¿Sabes cuál es la primera referencia de los Molinos en Beceite?
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Benedicto XIII, el Papa Luna, en el año 1411 concedía a su médico particular el converso Jerónimo de Santa Fe los derechos del «molino para paños» en «Bezeyt», perteneciente a la mesa arzobispal de Zaragoza. Esta es la primera referencia escrita sobre los molinos en Beceite que ha perdurado hasta nuestros días.
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La producción principal se distribuía a grandes centros consumidores como Barcelona, Valencia, Madrid y Bilbao. Este transporte se realizaba mediante carretas en viajes que podían durar varios días.
Las primeras fábricas de papel eran más pequeñas, con una o dos “tinas” para la fabricación de la pasta de papel. Sin embargo, durante el siglo XIX, se introdujo la “pila holandesa” en todas las fábricas, la cual se utilizó hasta la década de 1970.
Las nueve fábricas de papel en Beceite eran la Cremada, la de Martí, lo Molí del Toscá, la de Taraganya, la de Noguera, la de Solfa, la de Morató, la del Batá y la del Pont Nou. Estas fábricas aprovechaban el agua del río Matarraña para mover sus ruedas mediante canalizaciones, acequias, azudes y túneles, lo que contribuyó al éxito de esta industria en la zona.
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